Una mirada, una sonrisa y un oído dispuesto a escuchar...

12.03.2024
Al final de tu vida solo importan tres cosas: lo mucho que amaste, lo bondadoso que fuiste y la facilidad con que dejaste ir lo que no era para ti. Buda

No había vuelto a escribir; una serie de eventos, algunos afortunados y otros no tanto, han estado sucediendo estos meses. Sin embargo, hoy recordé la importancia de los sentidos y todo lo que podemos brindar a través de ellos. Como había mencionado en mi última historia, estuve trabajando en un restaurante. Durante algunos meses, estas personas fueron mucho más que mis compañeros; día a día, eran mis buenos días, mi compañía en la mesa a la hora del almuerzo y la cena, mis carcajadas al hacer algo que no estaba permitido por nuestra jefa, o la risa inminente al ver al señor Jang enojarse por casi cualquier cosa. También estuve presente en las despedidas de algunos de ellos, y por poco que haya sido el tiempo que compartimos, se sentía como si algo de ti se marchara. Llegaron otros cuantos y la bienvenida fue grata, tanto que siento que hice "amigos" de esos a los que ahora llamamos cactus.

Lo cierto es que en el día a día de un local comercial, donde estamos de cara al público, conectamos con muchas personas, todas diferentes, cada una con su historia y su mundo en la cabeza del cual no tenemos la más remota idea. El acto de servicio va mucho más allá del simple hecho de brindar un bien intangible. Entendí que en una toma de pedido se puede descifrar un poco del universo que una persona tiene en su mente, y que de esto también depende cuánto nos permitirá entrar en él. No recuerdo su nombre, de hecho, creo que nunca me lo dijo. Sin embargo, nunca olvidaré su apariencia física (de hecho, no suelo olvidar a ninguna de las personas que me encuentro en el camino, llamémoslo ventaja evolutiva). Era introvertido hasta la médula, de estatura mediana, con cabello bastante negro, cejas pobladas, delgado y encorvado, con gafas de marco oscuro y grueso. Nunca un "buenos días", "hola" o "¿qué tal?". Su tono de voz era bajo, su mirada al horizonte, y paciente en la fila hasta su turno. "Menú de 12.50€, con un 1, 31 y Fanta de naranja", una o dos veces por semana, siempre a la misma hora, no más palabras. Mi compañero ya no lo atendía; decía que le parecía grosero y algo extraño. Yo seguí insistiendo a su llegada: "Buenos días" o "Buenas tardes", según correspondiera, "¿qué quiere comer hoy?". Después de algunas semanas, hizo contacto visual y me contestó un "buenas tardes". Poco a poco, utilizaba más conectores para solicitar su comida, y yo siempre interrumpía su pedido diciéndole "FANTA DE NARANJA". Él sonreía como un niño al que le acaban de decir una palabra mágica. "¡Qué gran avance, Shey!" decía mi compañero al ver cómo ese cliente inaceptable había ido cambiando su comportamiento. Unas cuantas semanas después, un día soleado (no recuerdo de qué mes exactamente), mientras terminábamos de organizar todo para iniciar nuestras labores, llegó "mi amigo", como le llamaban mis compañeros. Me dijo: "Buenos días, vengo de jugar baloncesto con mis amigos. Armamos equipos y decidimos que cada uno debía ser un animal. En vez de pedirnos la pelota con palabras, íbamos a hacer los ruidos de los animales que habíamos escogido. Pronto éramos como una selva; no te imaginas el ruido que se armó. Luego, cuando estábamos cansados y calurosos, fuimos a la playa y tomamos un baño. También quiero contarte que he venido todo el camino escuchando heavy metal, que es la música que me gusta. Siempre la escucho. Ahora hay muchas bandas buenas…" No logro recordar qué siguió después; su verborrea parecía infinita. Sus ojos estaban fijos en los míos, y sentía que estaba escuchando hablar a un niño feliz e incomprendido al que sus padres no le habían prestado atención en todo el día. Después hizo su pedido, se sentó en una mesa frente a la barra, muy lejos de su rincón habitual, y siguió hablándome de cosas con pobre relación entre sí por al menos una hora, mientras yo trataba de seguirle la corriente y hacer mi trabajo. No sé cuánto tiempo tenía esta persona sin tener quien lo escuchara de forma asertiva, tampoco sé cuánto tiempo le tomó sentirse en confianza conmigo para ese día llegar a hablar de esa manera. Lejos de querer dar un diagnóstico a su forma de ser o actuar, tampoco es mi competencia profesional. Quiero exponer el universo infinito que hay en cada mente y lo poco empáticos que somos al relacionarnos con nuestros entornos. Cuántas personas tienen problemas para simplemente expresar un saludo, y nosotros damos por sentado que son "maleducadas". Cuántas personas a nuestro alrededor son tremendamente introvertidas hasta el punto de no poder entablar relaciones interpersonales, y damos por hecho que somos seres sociales por el simple hecho de ser humanos.

Esta persona continuó yendo al restaurante como era habitual; cada día un poco más amable, cordial y abierto a la comunicación. Yo tuve que partir de este sitio que me dio oportunidades y gratos momentos. Sigo recordando de forma habitual estas vivencias. Quiero creer que haya llegado alguien que tenga la capacidad y la disposición de escuchar a todas y cada una de las personas que llegan a comer allí. La comida puede ser un consuelo para el alma, y una sonrisa amable y una actitud de escucha pueden ser ese abrazo que la gente está buscando en ese momento.

¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar